jueves, 28 de enero de 2016
Delmira Agustini, fue el primer feminicidio histórico que conmovió a la pacata sociedad montevideana de hace cien años. Desde entonces han sido miles las mujeres víctimas de crímenes de género.Este día transcribo, como homenaje a todas ellas, parte del relato del asesinato de Delmira como lo narro yo en mi libro "Delmira, el cisne rojo".
A las dos de la tarde está en el lugar de encuentro, la sórdida pensión de la calle Andes ,jamás falta a la cita ni se retrasa, tampoco hoy que según dijo a sus padres :“Se arreglará todo”. Golpea tres veces con el llamador de bronce la puerta ordinaria, un sonido ronco hace eco en toda la casa. Martínez, el dueño y amigo de Enrique le abre la puerta, apenas un - buenas tardes- con una mueca por toda sonrisa y ella sube lentamente las escaleras.
¿Qué pensaba Delmira mientras subía las escaleras?; posiblemente que esa relación ya la estaba agobiando, que no podía ya más con la vida de estratagemas y engaños que llevaba y que realmente hoy se acabaría todo. Hay tanto para hacer, el mundo está esperando que ella definitivamente levante el vuelo, pero allí está Enrique frenándola, deteniéndola como una roca atada a su cuello que le impide remontar.
¿Qué pensaba Delmira mientras subía las escaleras?; posiblemente que esa relación ya la estaba agobiando, que no podía ya más con la vida de estratagemas y engaños que llevaba y que realmente hoy se acabaría todo. Hay tanto para hacer, el mundo está esperando que ella definitivamente levante el vuelo, pero allí está Enrique frenándola, deteniéndola como una roca atada a su cuello que le impide remontar.
Yo soy el cisne errante de los sangrientos rastros/voy manchando los lagos y remontando el vuelo/
En la casa agobia el silencio, los moradores de las otras habitaciones parecen no existir. Solamente se oyó un suave golpecito de los nudillos en la puerta y el sonido de la llave al abrir y luego al cerrar.
Como quisiera saber yo, que pensó ella cuando él selló su boca con un beso deteniendo las palabras que nunca más pudo decir. O cuando sus manos se deslizaban por su cuello largo y blanco en un rapto de pasión apresurada, quitándole con violencia su vestido rojo.
Tal vez le dijo –detente tenemos que hablar y él que no, que no hay nada que decir, arrojándola violentamente sobre el camastro ordinario donde consumaban tarde por medio su amor.
Tal vez le hizo el amor con el desespero de una fiera acorralada que sabía que ese era su último beso, la caricia postrera, la hora final. Puede ser que ella hubiera cerrado los ojos para que el goce fuera más intenso, porque allí en ese territorio ambiguo que delimita la fantasía de la realidad y del cual ella fue propietaria absoluta, estuviera Ugarte haciéndola enloquecer de placer. Este perfume a tabaco y a colonia barata es muy diferente al que usa el hombre que ama; tampoco la voz ronca y pegajosa de Enrique que le susurra en el oído íntimas palabras obscenas, se parece a la cadenciosa y aporteñada voz de Ugarte; pero no importa, porque desde el primer acto de amor, el marido se trocó en el amante soñado. Desde la primera caricia hasta la explosión final, Enrique siempre fue Ugarte en el juego onírico de Delmira.
Sexo de un alma triste de gloriosa;/El placer unges de dolor; tu beso/Puñal de fuego en vainas de embeleso,/me come en fuego como un cáncer rosa…*Boca a Boca-
Tu amor, esclavo, es como un sol muy fuerte:Jardinero de oro de la vida,Jardinero de fuego de la muerte,En el carmen fecundo de mi vida..Pico de cuervo con olor de rosas,Aguijón enmelado de deliciasTu lengua es. Tus manos misteriosas Son garras enguantadas de caricias..Tus ojos son mis medianoches crueles, Panales negros de malditas mieles Que se desangran en mi acerbidad;. Crisálida de un vuelo del futuro, Es tu abrazo magnífico y oscuro, Torre embrujada de mi soledad.*Tu amor, esclavo-el rosario de Eros.
Como quisiera saber yo, que pensó ella cuando él selló su boca con un beso deteniendo las palabras que nunca más pudo decir. O cuando sus manos se deslizaban por su cuello largo y blanco en un rapto de pasión apresurada, quitándole con violencia su vestido rojo.
Tal vez le dijo –detente tenemos que hablar y él que no, que no hay nada que decir, arrojándola violentamente sobre el camastro ordinario donde consumaban tarde por medio su amor.
Tal vez le hizo el amor con el desespero de una fiera acorralada que sabía que ese era su último beso, la caricia postrera, la hora final. Puede ser que ella hubiera cerrado los ojos para que el goce fuera más intenso, porque allí en ese territorio ambiguo que delimita la fantasía de la realidad y del cual ella fue propietaria absoluta, estuviera Ugarte haciéndola enloquecer de placer. Este perfume a tabaco y a colonia barata es muy diferente al que usa el hombre que ama; tampoco la voz ronca y pegajosa de Enrique que le susurra en el oído íntimas palabras obscenas, se parece a la cadenciosa y aporteñada voz de Ugarte; pero no importa, porque desde el primer acto de amor, el marido se trocó en el amante soñado. Desde la primera caricia hasta la explosión final, Enrique siempre fue Ugarte en el juego onírico de Delmira.
Sexo de un alma triste de gloriosa;/El placer unges de dolor; tu beso/Puñal de fuego en vainas de embeleso,/me come en fuego como un cáncer rosa…*Boca a Boca-
Tu amor, esclavo, es como un sol muy fuerte:Jardinero de oro de la vida,Jardinero de fuego de la muerte,En el carmen fecundo de mi vida..Pico de cuervo con olor de rosas,Aguijón enmelado de deliciasTu lengua es. Tus manos misteriosas Son garras enguantadas de caricias..Tus ojos son mis medianoches crueles, Panales negros de malditas mieles Que se desangran en mi acerbidad;. Crisálida de un vuelo del futuro, Es tu abrazo magnífico y oscuro, Torre embrujada de mi soledad.*Tu amor, esclavo-el rosario de Eros.
Exhausta se ha quedado dormida en brazos de Enrique que le acaricia el cabello rubio y amelenado, la despierta ese acre perfume que desprecia, la realidad vuelve a golpearla.
-Hoy se termina todo, debo terminar, tengo que acabar con este tormento de indecisión, se dice, en un pensamiento fijo que la tortura hace días.
-Ya tengo los pasajes del barco a Buenos Aires y un buen amigo nos ha reservado un hotel. Allá comenzaremos una nueva vida, lejos de todo. Dice Enrique.
Ella no quiere una nueva vida con Enrique, si pudiera irse a BuenosAires sería al encuentro de Ugarte, pero no, no es posible ahora, tal vez después…que logre sacarse de encima a Enrique. Tiene que decírselo, tiene que sacar fuerzas de donde sea para cortar definitivamente con su acoso, basta de indecisiones, basta de fingimientos. ¿Qué máscara usará ahora?, ¿será Delmira la que hable, o La Nena, Joujou, Bijou o Pototita?
Nos iremos pasado mañana, dice él, todavía recostado en la cama.
-¡Ay Quique mío!, tu sabes que te amo, dice dejando fluir a Pototita, mientras comienza a vestirse lentamente, pero no iremos a Buenos Aires. Pototita no quiere viajar, prefiere quedarse aquí cerca de su casita, de sus padres y de su Quique.
Enrique se enfurece, se crispa, sabe que está fingiendo, la conoce bien, es otro de sus juegos de roles, que haciéndose la niñita, lo toma también a él por tonto. Lo ha hecho tantas veces, al principio le agradaba, pero con el tiempo se dio cuenta que era otra manera de ningunearlo.
Delmira, sin mirarlo siquiera, comienza lentamente a ponerse las medias, levanta su pierna blanquísima curvando la rodilla en un suave ángulo para llegar con más facilidad al grácil y delicado pie que tantas veces él besó. Con una cadencia erótica, coloca sus dedos de uñas escarlata en la media de seda negra y la desliza en una caricia, cubriendo poco a poco la pierna, hasta el muslo, allí la calza al portaligas rojo…la baja luego, apoyando apenas el pie sobre una alfombra vieja y desteñida. Ahora la otra pierna…Las enaguas de puntillas francesas apenas le cubren el cuerpo aún transpirado por el combate amoroso.
Enrique la observa así, cubriéndose y mostrándose al mismo tiempo; no soporta aquellas níveas piernas a medio vestir sin que el deseo vuelva a apoderarse de él, el fuego le sube por las venas, le explota en la cabeza, en el sexo. No piensa en nada más sino en poseerla otra vez.
-¡Delmira , acércate!
-¡No, no Pototito!, La Nena tiene que irse, dice mientras desliza coquetamente, la mano en una caricia por su pierna ya vestida con las medias negras.
Enrique pasa su mano debajo de la almohada, encuentra el arma que ha puesto allí esta misma mañana, para tenerla más cerca, siempre la tuvo en el cajón de la mesita de luz, pero hoy supo que la iba a usar
¿Sabes una cosa Delmira?
-¿Qué? Le responde ella volteando un poco su rostro, pero sin llegar a verlo.
- Te prefiero mil veces muerta, tú lo dijiste; murmura en un ronquido de fiera acorralada, al tiempo que le dispara dos tiros.
Delmira cae al piso abatida por dos disparos cerca de su oreja izquierda, la sangre fluye en borbotones por la herida y se expande por el piso de la habitación de cuarta. Él se levanta, ve que ya está muerta.
-Lo siento tanto amor mío, no podía irme sin ti, tú lo dijiste: es más fácil morir que olvidar y se dispara un solo tiro a la cabeza. Cae a su lado agonizante, descansando la cabeza en el hombro de ella.
El helado viento sur con su furioso aguacero abre estrepitosamente la ventana haciendo volar las cortinas como la barca de la muerte.
La mancha de sangre del piso se agiganta, toma una forma extraña de ave que parece cobrar vida, bate sus alas enrojecidas, alza su cuello de cisne y remonta el vuelo atravesando la ventana en busca de otros lagos, de otros universos.
Yo soy el cisne errante de los sangrientos rastros/voy tiñendo los lagos/y remontando el vuelo.
Es la escena perfecta de un crimen pasional, Eros y Thánatos fusionados en esa extraña mancha de sangre, los amantes en un postrero abrazo.
El cisne asusta de rojo y yo de blanca doy miedo.
-Hoy se termina todo, debo terminar, tengo que acabar con este tormento de indecisión, se dice, en un pensamiento fijo que la tortura hace días.
-Ya tengo los pasajes del barco a Buenos Aires y un buen amigo nos ha reservado un hotel. Allá comenzaremos una nueva vida, lejos de todo. Dice Enrique.
Ella no quiere una nueva vida con Enrique, si pudiera irse a BuenosAires sería al encuentro de Ugarte, pero no, no es posible ahora, tal vez después…que logre sacarse de encima a Enrique. Tiene que decírselo, tiene que sacar fuerzas de donde sea para cortar definitivamente con su acoso, basta de indecisiones, basta de fingimientos. ¿Qué máscara usará ahora?, ¿será Delmira la que hable, o La Nena, Joujou, Bijou o Pototita?
Nos iremos pasado mañana, dice él, todavía recostado en la cama.
-¡Ay Quique mío!, tu sabes que te amo, dice dejando fluir a Pototita, mientras comienza a vestirse lentamente, pero no iremos a Buenos Aires. Pototita no quiere viajar, prefiere quedarse aquí cerca de su casita, de sus padres y de su Quique.
Enrique se enfurece, se crispa, sabe que está fingiendo, la conoce bien, es otro de sus juegos de roles, que haciéndose la niñita, lo toma también a él por tonto. Lo ha hecho tantas veces, al principio le agradaba, pero con el tiempo se dio cuenta que era otra manera de ningunearlo.
Delmira, sin mirarlo siquiera, comienza lentamente a ponerse las medias, levanta su pierna blanquísima curvando la rodilla en un suave ángulo para llegar con más facilidad al grácil y delicado pie que tantas veces él besó. Con una cadencia erótica, coloca sus dedos de uñas escarlata en la media de seda negra y la desliza en una caricia, cubriendo poco a poco la pierna, hasta el muslo, allí la calza al portaligas rojo…la baja luego, apoyando apenas el pie sobre una alfombra vieja y desteñida. Ahora la otra pierna…Las enaguas de puntillas francesas apenas le cubren el cuerpo aún transpirado por el combate amoroso.
Enrique la observa así, cubriéndose y mostrándose al mismo tiempo; no soporta aquellas níveas piernas a medio vestir sin que el deseo vuelva a apoderarse de él, el fuego le sube por las venas, le explota en la cabeza, en el sexo. No piensa en nada más sino en poseerla otra vez.
-¡Delmira , acércate!
-¡No, no Pototito!, La Nena tiene que irse, dice mientras desliza coquetamente, la mano en una caricia por su pierna ya vestida con las medias negras.
Enrique pasa su mano debajo de la almohada, encuentra el arma que ha puesto allí esta misma mañana, para tenerla más cerca, siempre la tuvo en el cajón de la mesita de luz, pero hoy supo que la iba a usar
¿Sabes una cosa Delmira?
-¿Qué? Le responde ella volteando un poco su rostro, pero sin llegar a verlo.
- Te prefiero mil veces muerta, tú lo dijiste; murmura en un ronquido de fiera acorralada, al tiempo que le dispara dos tiros.
Delmira cae al piso abatida por dos disparos cerca de su oreja izquierda, la sangre fluye en borbotones por la herida y se expande por el piso de la habitación de cuarta. Él se levanta, ve que ya está muerta.
-Lo siento tanto amor mío, no podía irme sin ti, tú lo dijiste: es más fácil morir que olvidar y se dispara un solo tiro a la cabeza. Cae a su lado agonizante, descansando la cabeza en el hombro de ella.
El helado viento sur con su furioso aguacero abre estrepitosamente la ventana haciendo volar las cortinas como la barca de la muerte.
La mancha de sangre del piso se agiganta, toma una forma extraña de ave que parece cobrar vida, bate sus alas enrojecidas, alza su cuello de cisne y remonta el vuelo atravesando la ventana en busca de otros lagos, de otros universos.
Yo soy el cisne errante de los sangrientos rastros/voy tiñendo los lagos/y remontando el vuelo.
Es la escena perfecta de un crimen pasional, Eros y Thánatos fusionados en esa extraña mancha de sangre, los amantes en un postrero abrazo.
El cisne asusta de rojo y yo de blanca doy miedo.
DELMIRA, EL CISNE ROJO, LIBRO DE YARAVÍ ROIG
Lanzamiento editorial
Delmira, el cisne rojo, libro de Yaraví Roig.
"Mi primer contacto con Delmira fue cuando yo tenía apenas ocho años, estaba en cuarto año de escuela y en el libro de lectura aparecía el poema "La sed"; que la maestra -con infinita paciencia- nos hacía memorizar. Desde entonces surgió una particular e inexplicable fascinación por aquella maga que con sus dedos etéreos extraía los más deliciosos jugos para calmar mi sed... Es a esa mujer especial, a quien con mi mayor humildad, ofrendo este libro."
Con esa emoción que evoca las primeras huellas del impacto poético, Yaraví Roig rescata de su memoria a la gran poeta uruguaya en Delmira, el cisne rojo.
Se cumplen cien años de la muerte de Delmira Agustini, la de los mil rostros: mujer-ángel, niña-maga, mito de la ninfa virginal que jugaba con muñecas durante todo el día y por las noches se transformaba en la pitonisa de Eros.
Esta biografía novelada es un homenaje a la más grande poeta nacional y de las letras hispánicas, la que dejó su rastro de sangre en el universo poético y en el despertar de una nueva femineidad, la que conmovió al mundo con su intenso y delicado erotismo. Y, la que sigue interrogando a la sociedad de su época, a los mandatos familiares, a las leyes científicas y a la mirada cultural con su trágica e inexplicable muerte.
Reveladora de secretos antes nunca publicados, la letra de Yaraví Roig nos descubre una nueva Delmira y nos habla de nuestro presente.
La autora
Yaraví Roig nació en Piriápolis. Se recibió de maestra en el año 1967, efectuó un postgrado en Educación Especial en los años 1972- 1974. En 1976 emigró a Venezuela. Ejerció la docencia durante treinta años en Escuelas especiales de Uruguay, Venezuela y República Dominicana.
Estudiosa e investigadora de Religiones Comparadas, Kabbalah y Alquimia. Dio conferencias y talleres sobre el tema en Barcelona y Uruguay. Es madre y abuela.
Publicó su primer libro en diciembre del 2002. Presagio de sol en Piriápolis, cuentos fantásticos (conjuntamente con Cristina Bonilla Marcos, 2009).
En esta misma editorial ha publicado: Solsticio de verano. La historia oculta de Piriápolis, que lleva ya varias ediciones ; Carmen vida mía. ¿Hija o amante de Piria? (2008); Bitácora del Futuro, novela inspirada en el Socialismo triunfante de Francisco Piria (2011). En 2013, Ediciones B publicó su exitosa biografía del legendario personaje, Piria, una vida de novela.
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