BITÁCORA DE FUTURO
YARAVÍ ROIG
EdicionesB Z bolsillo-2012
La desaparicion de ciertos libros en una librería de antiguo en la Ciudad Vieja de Montevideo,hacen que Teodoro y Sofía,un profesor de Literatura y una Investigadora privada, se sumerjem en el mundo de lo ignoto y desconocido.
Buscando el Libro del Gran Alquimista descubren antiguos códices herméticos y efectúan pactos secretos en un viaje en el tiempo que los lleva al Uruguay de 2098.
Inspirada en el Socialismo Triunfante-Lo que será mi país dentro de 200 años. de Francisco Piria.
Presentación de Bitácora del Futuro.Hotel Rerborn.Piriápolis.
24 de enero de 2012
martes, 15 de mayo de 2012
Presagio de sol en Piriápolis Yaraví Roig y Cristina Bonilla Marcos
PRESAGIO DE SOL EN PIRIAPOLIS
Selección de cuentos fantásticos.
Yaraví Roig-Cristina Bonilla Marcos
Ediciones Cruz del Sur-2010
Selección de cuentos fantásticos.
Yaraví Roig-Cristina Bonilla Marcos
Ediciones Cruz del Sur-2010
El Naufragio:
Allá afuera el agua helada de mediados de junio amenazaba con convertir en hielo a cualquiera que se acercara a la playa. Una fuerza extraordinaria, abismal, provocaba un zumbido que helaba la sangre, como si el mar fuera un inmenso monstruo de escamas verdosas, grisáceas y azuladas que gemía con aquel aullido visceral, tan viejo y antiguo como el mundo; sin embargo no había viento aquella tarde, una calma absoluta lo hacía todo más extraño, más secreto más inexpugnable.
En la casilla de los pescadores, al costado del muelle se bebía café, caña brasilera y se jugaba a las cartas, esperando el viento que limpiara la viscosa bruma que implacable llegaba desde el horizonte. Tal El Naufragio
vez si esto sucediera, se podría ir a tirar las redes para la pesca de mañana.-No importa el frío, decía Rodriguez, el más anciano y curtido de los pescadores, iríamos de todos modos, pero ese agudo zumbido que presagia algún extraño acontecimiento allá en las profundidades del mar, es lo que me inquieta.
-¿No habrá pesca, entonces? –dijo Leandro, el más joven. Mejor, así nos vamos de aquí; no saldremos al mar; esa oscuridad que viene del este es señal de temporal.
-¡¡Ja ja!!- Quieres ser un pescador y te asustan los misterios marinos, mejor será entonces que dejes este trabajo y vayas a limpiar las calles del pueblo, allí estarás mucho más seguro.
-El mar alberga los misterios más insondables, millones de años ocultando enigmas en las profundidades de sus abismos, opina “El tuerto”, un pescador de mediana edad, que había perdido un ojo, cuando un arpón se le disparó a destiempo haciendo que el tiburón al que iba dirigido se percatara del error y le masticara parte de la cara.
-El abismo-, dice Leandro ¡Que palabra esa! Cuánto frío y oscuridad le trae a uno a la mente, se dice mirando fijamente la costa, ni siquiera se lo puede uno figurar.
-Y la profundidad-Opina Rodríguez. Esa profundidad que esconde toda la existencia de este planeta; imagínense desde antes que el hombre se irguiera sobre sus pies, aún antes de que el primer anfibio saliera de los mares. Mucho antes, de que el primer ser unicelular cobrara vida, ya estaba el mar ocultando misterios.
Pasaron civilizaciones, se construyeron pirámides, cayeron poderosos imperios, fue el hombre a la luna y volvió decepcionado, mientras él continúa allí- el abismo- guardándolo todo, procesándolo todo…esperando.
-Mejor nos vamos a casa, ya no habrá pesca insiste Leandro decidido a retirarse y apagando su pucho armado con tabaco negro de pésima calidad en una caracola que hacía las veces de cenicero.
-¡Chist!-dijo Rodríguez ¿no se dan cuenta? Ha cesado el zumbido.
-Si, es cierto-dijo “El tuerto”, con su único ojo clavado en el horizonte; pero el silencio es mucho más aterrador, ni siquiera el oleaje se escucha en medio de esa espesa niebla que lo ha cubierto todo. Ya no se ve ni la difuminada frontera de la costa, ni los arrecifes; solamente se presienten las interminables grisáceas praderas marinas, la planicie acuática generadora de vida y de secretos.
-No se que esperan para salir de este refugio, comenta Leandro, se está preparando un terrible temporal que no dejará nada en pie, son unos suicidas.
-¡Miren…! Allá en la playa, apenas se divisa algo como una silueta, advierte el avezado único ojo del “Tuerto”…es un hombre.
-¿Un hombre?… ¿Cómo te has dado cuenta Tuerto? Si apenas se ve una sombra, sí, parece una silueta humana caminando en la arena, pronto se le acabará la playa y llegará a los farallones.
-Lo he visto muchas veces, viene todos los años en estas fechas, asegura el Tuerto, camina por la playa, yendo y viniendo muchas veces,luego permanece horas sentado en los arrecifes y cuando ya está entrada la noche se va.
-¿Qué fecha es hoy? -Pregunta Rodriguez. ¿No será…?
-Sí, hoy es 23de junio, afirma Leandro.
-La noche de San Juan, murmura Rodríguez… ¡La noche de San Juan! ¿Quién es ese hombre, alguna vez alguien habló con él?
-Sí, una vez hace como diez años; recuerdo que ese día 23 de junio, era una tarde soleada pero helada, como siempre en esta fecha, cuando vino la primera vez, así lo creo porque no lo había visto antes-afirma el Tuerto. Me preguntó si había conocido a un pescador de apellido López, al que apodaban El Camarón y que había naufragado por aquí hace como cuarenta años atrás
Ni idea, le dije, tal vez yo ni había nacido en esa época. La verdad es que nunca había oído hablar del Camarón. El hombre se quedó mirando el mar hasta que el sol se puso en el horizonte, sobre la Punta Fría, como lo hace siempre en esa fecha.
¡Cómo es que nunca oíste hablar de ese naufragio!! -grita Rodríguez, el más anciano y curtido de los tres. Fue el más extraño de todos cuántos ha habido aquí. ¿Y tú nunca te enteraste?
No, la verdad es que no oí hablar, ya dije, eso sucedió antes que yo naciera. Han habido tantos naufragios en estas costas… ¡que se yo!
-Cuenta, Rodriguez, cuenta como fue ese naufragio, dice Leandro, que decide quedarse a escuchar la historia que el anciano esta por empezar a descolgar de sus labios.
Allá afuera el agua helada de mediados de junio amenazaba con convertir en hielo a cualquiera que se acercara a la playa. Una fuerza extraordinaria, abismal, provocaba un zumbido que helaba la sangre, como si el mar fuera un inmenso monstruo de escamas verdosas, grisáceas y azuladas que gemía con aquel aullido visceral, tan viejo y antiguo como el mundo; sin embargo no había viento aquella tarde, una calma absoluta lo hacía todo más extraño, más secreto más inexpugnable.
En la casilla de los pescadores, al costado del muelle se bebía café, caña brasilera y se jugaba a las cartas, esperando el viento que limpiara la viscosa bruma que implacable llegaba desde el horizonte. Tal El Naufragio
vez si esto sucediera, se podría ir a tirar las redes para la pesca de mañana.-No importa el frío, decía Rodriguez, el más anciano y curtido de los pescadores, iríamos de todos modos, pero ese agudo zumbido que presagia algún extraño acontecimiento allá en las profundidades del mar, es lo que me inquieta.
-¿No habrá pesca, entonces? –dijo Leandro, el más joven. Mejor, así nos vamos de aquí; no saldremos al mar; esa oscuridad que viene del este es señal de temporal.
-¡¡Ja ja!!- Quieres ser un pescador y te asustan los misterios marinos, mejor será entonces que dejes este trabajo y vayas a limpiar las calles del pueblo, allí estarás mucho más seguro.
-El mar alberga los misterios más insondables, millones de años ocultando enigmas en las profundidades de sus abismos, opina “El tuerto”, un pescador de mediana edad, que había perdido un ojo, cuando un arpón se le disparó a destiempo haciendo que el tiburón al que iba dirigido se percatara del error y le masticara parte de la cara.
-El abismo-, dice Leandro ¡Que palabra esa! Cuánto frío y oscuridad le trae a uno a la mente, se dice mirando fijamente la costa, ni siquiera se lo puede uno figurar.
-Y la profundidad-Opina Rodríguez. Esa profundidad que esconde toda la existencia de este planeta; imagínense desde antes que el hombre se irguiera sobre sus pies, aún antes de que el primer anfibio saliera de los mares. Mucho antes, de que el primer ser unicelular cobrara vida, ya estaba el mar ocultando misterios.
Pasaron civilizaciones, se construyeron pirámides, cayeron poderosos imperios, fue el hombre a la luna y volvió decepcionado, mientras él continúa allí- el abismo- guardándolo todo, procesándolo todo…esperando.
-Mejor nos vamos a casa, ya no habrá pesca insiste Leandro decidido a retirarse y apagando su pucho armado con tabaco negro de pésima calidad en una caracola que hacía las veces de cenicero.
-¡Chist!-dijo Rodríguez ¿no se dan cuenta? Ha cesado el zumbido.
-Si, es cierto-dijo “El tuerto”, con su único ojo clavado en el horizonte; pero el silencio es mucho más aterrador, ni siquiera el oleaje se escucha en medio de esa espesa niebla que lo ha cubierto todo. Ya no se ve ni la difuminada frontera de la costa, ni los arrecifes; solamente se presienten las interminables grisáceas praderas marinas, la planicie acuática generadora de vida y de secretos.
-No se que esperan para salir de este refugio, comenta Leandro, se está preparando un terrible temporal que no dejará nada en pie, son unos suicidas.
-¡Miren…! Allá en la playa, apenas se divisa algo como una silueta, advierte el avezado único ojo del “Tuerto”…es un hombre.
-¿Un hombre?… ¿Cómo te has dado cuenta Tuerto? Si apenas se ve una sombra, sí, parece una silueta humana caminando en la arena, pronto se le acabará la playa y llegará a los farallones.
-Lo he visto muchas veces, viene todos los años en estas fechas, asegura el Tuerto, camina por la playa, yendo y viniendo muchas veces,luego permanece horas sentado en los arrecifes y cuando ya está entrada la noche se va.
-¿Qué fecha es hoy? -Pregunta Rodriguez. ¿No será…?
-Sí, hoy es 23de junio, afirma Leandro.
-La noche de San Juan, murmura Rodríguez… ¡La noche de San Juan! ¿Quién es ese hombre, alguna vez alguien habló con él?
-Sí, una vez hace como diez años; recuerdo que ese día 23 de junio, era una tarde soleada pero helada, como siempre en esta fecha, cuando vino la primera vez, así lo creo porque no lo había visto antes-afirma el Tuerto. Me preguntó si había conocido a un pescador de apellido López, al que apodaban El Camarón y que había naufragado por aquí hace como cuarenta años atrás
Ni idea, le dije, tal vez yo ni había nacido en esa época. La verdad es que nunca había oído hablar del Camarón. El hombre se quedó mirando el mar hasta que el sol se puso en el horizonte, sobre la Punta Fría, como lo hace siempre en esa fecha.
¡Cómo es que nunca oíste hablar de ese naufragio!! -grita Rodríguez, el más anciano y curtido de los tres. Fue el más extraño de todos cuántos ha habido aquí. ¿Y tú nunca te enteraste?
No, la verdad es que no oí hablar, ya dije, eso sucedió antes que yo naciera. Han habido tantos naufragios en estas costas… ¡que se yo!
-Cuenta, Rodriguez, cuenta como fue ese naufragio, dice Leandro, que decide quedarse a escuchar la historia que el anciano esta por empezar a descolgar de sus labios.
-Fue una mañana del 23 de junio, como hoy, fría, pero muy soleada, nada había que presagiara mal tiempo, ni rastros de nubes en el cielo, ni el más mínimo esbozo de bruma en el horizonte, la mañana más hermosa de inicio del invierno de 1950.
Todos se hicieron a la mar a tirar las redes, en la tarde las irían a levantar. Las chalanas parecían botecitos de juguete rojos y azules flotando en un mar inmensamente calmo y reluciente. Muchos llevaban a sus hijos- tan seguro estaba el mar ese día-para que aprendieran con sus padres el arte de la pesca. El Camarón tenía hijos gemelos, dos niños preciosos de cabellos rubios y ojos azules de unos siete años más o menos. Uno de ellos amaba al mar como su padre y el otro le temía, como su madre. Por ese motivo el temeroso se quedó aferrado a la falda de la madre en la playa mientras se despedían con la mano y el padre le gritaba. “la próxima vez vendrás tu”, abrazando fuertemente a su hijo marinero.
Las mujeres, los niños y los ancianos estaban en la playa, o sea todo el que no estaba embarcado, estaba en la costa mirando el espectáculo de las chalanas al sol y presagiando la extraordinaria pesca que fue ese día. Los cardúmenes plateaban alrededor de los botes, los peces enceguecidos por tanto brillo de luz brincaban y se topaban contra los costados de las chalanas hasta que henchidas las redes y apunto de reventar fueron traídas a la costa por las barcas casi hundidas por el peso.”
Rodríguez se detiene en su relato, bebe un trago de caña y arma pacientemente un cigarro mientras su mirada ajada y vieja hurga en la niebla espesa y húmeda de la costa, hasta encontrar la silueta del hombre que viene caminando desde el este.
Lo mismo hacen Leandro y el Tuerto.
-Parece que está caminando siempre en el mismo lugar, dice El Tuerto.
-No se acerca nunca… ¿no será un fantasma? –pregunta temblorosamente Leandro.
Quien lo sabe, dice Rodríguez, aspirando una honda bocanada del humo picante y agraz. Lo único que sé, fue que aquella tarde, a eso de las cuatro comenzaron a llegar las chalanas, una a una fueron recibidas por los que esperaban en la playa. Entre todos ayudaban a descargar las redes y a recoger los pescados. Nadie había notado que El Camarón aún no había llegado ni que su mujer seguía parada como una estatua mirando el horizonte con su pequeño hijo prendido de sus polleras.
Todos se hicieron a la mar a tirar las redes, en la tarde las irían a levantar. Las chalanas parecían botecitos de juguete rojos y azules flotando en un mar inmensamente calmo y reluciente. Muchos llevaban a sus hijos- tan seguro estaba el mar ese día-para que aprendieran con sus padres el arte de la pesca. El Camarón tenía hijos gemelos, dos niños preciosos de cabellos rubios y ojos azules de unos siete años más o menos. Uno de ellos amaba al mar como su padre y el otro le temía, como su madre. Por ese motivo el temeroso se quedó aferrado a la falda de la madre en la playa mientras se despedían con la mano y el padre le gritaba. “la próxima vez vendrás tu”, abrazando fuertemente a su hijo marinero.
Las mujeres, los niños y los ancianos estaban en la playa, o sea todo el que no estaba embarcado, estaba en la costa mirando el espectáculo de las chalanas al sol y presagiando la extraordinaria pesca que fue ese día. Los cardúmenes plateaban alrededor de los botes, los peces enceguecidos por tanto brillo de luz brincaban y se topaban contra los costados de las chalanas hasta que henchidas las redes y apunto de reventar fueron traídas a la costa por las barcas casi hundidas por el peso.”
Rodríguez se detiene en su relato, bebe un trago de caña y arma pacientemente un cigarro mientras su mirada ajada y vieja hurga en la niebla espesa y húmeda de la costa, hasta encontrar la silueta del hombre que viene caminando desde el este.
Lo mismo hacen Leandro y el Tuerto.
-Parece que está caminando siempre en el mismo lugar, dice El Tuerto.
-No se acerca nunca… ¿no será un fantasma? –pregunta temblorosamente Leandro.
Quien lo sabe, dice Rodríguez, aspirando una honda bocanada del humo picante y agraz. Lo único que sé, fue que aquella tarde, a eso de las cuatro comenzaron a llegar las chalanas, una a una fueron recibidas por los que esperaban en la playa. Entre todos ayudaban a descargar las redes y a recoger los pescados. Nadie había notado que El Camarón aún no había llegado ni que su mujer seguía parada como una estatua mirando el horizonte con su pequeño hijo prendido de sus polleras.
De pronto una niebla densa oscura y pertinaz comenzó a desplegarse desde el horizonte hacia la playa, casi le tocaba los talones a los últimos pescadores que descargaban sus chalanas cuando se sintió un agudo zumbido que salía de las vísceras del mar, como si un terrible monstruo de millones de años se sacudiera en las profundidades del abismo, el mismo agudo sonido que sentimos hace un rato. La calma era absoluta, como ahora, el sol rápidamente había desaparecido en las volutas grises de la niebla; fue entonces cuando al extraño zumbido marino que perforaba los tímpanos, se sumó un desgarrador grito de pánico y dolor de la mujer del “Camarón” quien se dio cuenta que su marido e hijo se habían perdido en el mar.
-¡No llegó el Camarón!... ¡Se perdió López! Gritaban unos y otros, los que llegaban del mar más los que estaban en la playa. Rápidamente abandonaron las redes con la prodigiosa pesca en la arena y sin pensarlo dos veces se hicieron al mar en busca del compañero extraviado
-¡El camarón y su hijo naufragaron! Se tendió la voz entre Punta Colorada y Playa Verde, entonces, sin temor a la oscuridad de la niebla que perduraba en el atardecer ni al espectral zumbido abismal, cientos de chalanas se hicieron a la mar, portando faroles y bengalas para iluminar la vastedad ignota de las aguas en busca del amigo, decenas de barquitos queriendo hendir la niebla con sus tímidos faroles sumados a cientos de fogatas en la costa marcándoles a todos el regreso seguro a casa. Hasta las dos lanchas de rescate de la Prefectura del Puerto con enormes reflectores buscaron toda la noche en la espesa bruma.
Al día siguiente amaneció un sol espléndido, la mañana de San Juan y los marinos continuaron la afanosa búsqueda, luego a la noche el mar se volvió a surcar de empecinados farolitos y la costa de fogatas.
-¿Durante mucho tiempo estuvieron buscándolos? –Pregunta Leandro, deseoso de que el cuento terminara para retirarse del refugio.
-Durante un mes los buscaron, dice Rodríguez, pero no aparecieron ni los restos del naufragio, en ninguna parte de la costa...nada, ni señal…ni un trocito de chalanas, ni restos humanos.
capital que se había enloquecido y que al hijo lo habían terminado de criar en un asilo.
Los tres se miran como si hubieran hecho un tremendo descubrimiento-¿No será ese hombre que camina por la playa todas las noches de San Juan, el hijo sobreviviente que
-¡No llegó el Camarón!... ¡Se perdió López! Gritaban unos y otros, los que llegaban del mar más los que estaban en la playa. Rápidamente abandonaron las redes con la prodigiosa pesca en la arena y sin pensarlo dos veces se hicieron al mar en busca del compañero extraviado
-¡El camarón y su hijo naufragaron! Se tendió la voz entre Punta Colorada y Playa Verde, entonces, sin temor a la oscuridad de la niebla que perduraba en el atardecer ni al espectral zumbido abismal, cientos de chalanas se hicieron a la mar, portando faroles y bengalas para iluminar la vastedad ignota de las aguas en busca del amigo, decenas de barquitos queriendo hendir la niebla con sus tímidos faroles sumados a cientos de fogatas en la costa marcándoles a todos el regreso seguro a casa. Hasta las dos lanchas de rescate de la Prefectura del Puerto con enormes reflectores buscaron toda la noche en la espesa bruma.
Al día siguiente amaneció un sol espléndido, la mañana de San Juan y los marinos continuaron la afanosa búsqueda, luego a la noche el mar se volvió a surcar de empecinados farolitos y la costa de fogatas.
-¿Durante mucho tiempo estuvieron buscándolos? –Pregunta Leandro, deseoso de que el cuento terminara para retirarse del refugio.
-Durante un mes los buscaron, dice Rodríguez, pero no aparecieron ni los restos del naufragio, en ninguna parte de la costa...nada, ni señal…ni un trocito de chalanas, ni restos humanos.
capital que se había enloquecido y que al hijo lo habían terminado de criar en un asilo.
Los tres se miran como si hubieran hecho un tremendo descubrimiento-¿No será ese hombre que camina por la playa todas las noches de San Juan, el hijo sobreviviente que
busca a su padre y hermano?- se dicen casi al unísono.
-¿Quién lo sabe?, dice el Tuerto, abriendo de par en par la puerta de refugio para poder divisar mejor el mar.
Miren, ya no hay niebla, dice Rodríguez y ha cesado esa sirena aguda que helaba la sangre.
-¡¡¡Se los tragó el abismo!!! Dice el Tuerto. Yo sé lo que es eso, estar allá debajo, muy al fondo del mar, en las profundidades y no poder subir, hay que hacerlo de a poquito, muy lentamente, a riesgo de que te explote la cabeza o los pulmones. Imagínate lo que ha de ser encontrarte en el abismo propiamente, tardarías años en volver, tal vez cientos, miles de años.
-O millones, dice Leandro.
-Al mes de desaparecidos, continúa Rodríguez, la mujer del Camarón se fue para Montevideo con el hijo que le quedó. Unos años después me enteré por un turista de la
-¿Quién lo sabe?, dice el Tuerto, abriendo de par en par la puerta de refugio para poder divisar mejor el mar.
Miren, ya no hay niebla, dice Rodríguez y ha cesado esa sirena aguda que helaba la sangre.
-¡¡¡Se los tragó el abismo!!! Dice el Tuerto. Yo sé lo que es eso, estar allá debajo, muy al fondo del mar, en las profundidades y no poder subir, hay que hacerlo de a poquito, muy lentamente, a riesgo de que te explote la cabeza o los pulmones. Imagínate lo que ha de ser encontrarte en el abismo propiamente, tardarías años en volver, tal vez cientos, miles de años.
-O millones, dice Leandro.
-Al mes de desaparecidos, continúa Rodríguez, la mujer del Camarón se fue para Montevideo con el hijo que le quedó. Unos años después me enteré por un turista de la
-Cierto, la noche está clara y estrellada, pero ha comenzado a soplar el viento del sudeste que trae un olor a mar revuelto presagioso de temporal.
-Leandro y yo nos vamos, dice El Tuerto, la sudestada va a ser grande ¿No viene Rodríguez?
-No m´hijo, le contesta el anciano armando otro cigarro y perdiendo su mirada en el mar. Un capitán n o deja el barco, este refugio ha aguantado muchos temporales, váyanse no más. Mañana será otro día
-Leandro y yo nos vamos, dice El Tuerto, la sudestada va a ser grande ¿No viene Rodríguez?
-No m´hijo, le contesta el anciano armando otro cigarro y perdiendo su mirada en el mar. Un capitán n o deja el barco, este refugio ha aguantado muchos temporales, váyanse no más. Mañana será otro día
Leandro y el Tuerto caminan rápidamente por la rambla hacia la ciudad, el viento del sudeste les infla las camperas y los empuja haciéndolos andar muy rápido. Tal vez por esa causa, o porque el relato de Rodríguez los impulsaba a huir de la costa y buscar la seguridad del pueblo fue que no se percataron del único auto que transitaba por allí a esas horas.
El auto era conducido por un hombre de más de sesenta años. En el asiento trasero iba otro hombre, mucho más joven que el conductor, de unos treinta, más o menos abrazando a un niño de siete años. Ambos de semblantes muy pálidos y labios temblorosos, empapados, extrañamente vestidos, con restos de algas en sus ropas.
Los tres tienen el mismo color y el mismo brillo en los ojos.
A la mañana, luego del temporal que barrió varias veces la playa, Rodríguez como era habitual, salió de su maltrecho refugio a recorrer la costa .Antes de llegar a las rocas de Punta Colorada divisó una chalana azul y roja(ahora son anaranjadas por ley),intacta, trayendo sus pesadas redes henchidas de sardinas, muchas de ellas vivas y coleteando aún.
La chalana no tenía tripulantes, apenas se leía su nombre: “El Camarón”
-Del abismo, se puede tardar decenas de años en salir…o millones…o tal vez nunca, se dice Rodríguez.
El auto era conducido por un hombre de más de sesenta años. En el asiento trasero iba otro hombre, mucho más joven que el conductor, de unos treinta, más o menos abrazando a un niño de siete años. Ambos de semblantes muy pálidos y labios temblorosos, empapados, extrañamente vestidos, con restos de algas en sus ropas.
Los tres tienen el mismo color y el mismo brillo en los ojos.
A la mañana, luego del temporal que barrió varias veces la playa, Rodríguez como era habitual, salió de su maltrecho refugio a recorrer la costa .Antes de llegar a las rocas de Punta Colorada divisó una chalana azul y roja(ahora son anaranjadas por ley),intacta, trayendo sus pesadas redes henchidas de sardinas, muchas de ellas vivas y coleteando aún.
La chalana no tenía tripulantes, apenas se leía su nombre: “El Camarón”
-Del abismo, se puede tardar decenas de años en salir…o millones…o tal vez nunca, se dice Rodríguez.
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